La Villa Malaparte se plantea ante el paisaje en una posición ambivalente: si se ancla a la roca disimulándose en el territorio donde se inserta ante la inmensidad del mar y el cielo, por otra parte, a través de su presencia y su configuración arquitectónica, se impone ante la inmensidad, confrontándola.
En 1938, Curzio Malaparte encomienda al arquitecto Adalberto Libera el proyecto para una casa en la parte oeste de la isla de Capri, en Italia. La casa se sitúa en el cabo Mussolo, en un promontorio de difícil acceso. Desde el centro urbano de Capri, ubicado en el interior de la isla, se accede a la casa caminando, subiendo y bajando las escarpas, dejando a sus espaldas los lugares transformados por el hombre y accediendo, mientras uno se adentra en el terreno, en el espacio aún dictado por la naturaleza. De la misma forma que la isla es una figura territorial caracterizada por su finitud y aislamiento, también esta casa es, dado su emplazamiento, una entidad espacial aislada. Igual que la isla, también la casa es un espacio limitado, finito. Ambas se plantean ante la inmensidad del mar y la infinud espacial ante este espacio inmenso de las rocas, del mar y del cielo. La configuración de la roca permite esconder la casa, en la extremidad del pequeño cabo.
En un texto titulado "La casa sobre la naturaleza. La villa Malaparte y la Kaufmann House", María Teresa Muñoz escribe: "En lo más alto de un acantilado sobre el Mediterráneo, la casa se levanta mirando hacia el sol, transmitiendo un especial sentimiento de distancia y orientación, mientras acentúa con su presencia la inaccesibilidad de ese lugar excepcional. El lugar elegido por Malaparte no es simplemente un lugar donde la naturaleza puede ser contemplada, sino sentida en toda su plenitud. El sol y el agua se convierten en mundos envolventes de la arquitectura, sumergiéndola en ellos, mientras ésta extiende su dominio por el territorio más allá de sus límites, dejando huellas en forma de escaleras talladas directamente sobre la roca. La naturaleza como drama, al tiempo en constante movimiento y absolutamente paralizada, aparece aquí como condición esencial de una arquitectura que está sobre ella, participa en ella y también se opone a ella".
En la inserción en la roca es donde la casa adquiere su notoriedad. No solo transforma la naturaleza de la escarpa sino que altera, con su presencia, la naturaleza del lugar. En la roca donde esta casa se inserta, el hombre ya no busca abrigo en sus cavidades, ya no recurre a ella buscando una gruta o una cueva. Al contrario, a través de la construcción de la casa se redibuja la roca. La casa emerge de la roca sin la voluntad de constituirse en objeto independiente, pero afirmando su individualidad.
Tras haber entrado en la propiedad de la Villa Malaparte, y al acercarse a ella, el habitante accede a través de unas escaleras estrechas que, acompañando la topografía de la roca, bajan hasta la cota de la casa. El final de estas escaleras se enfrenta con el inicio de las escaleras que se abren sobre la terraza-cubierta. Antes que a la entrada en la casa, el acceso invita al visitante hacia la cubierta. Al invitar al visitante a subir al plano de la terraza-cubierta, la casa lo lleva a enfrentarse con el escenario presentado por la inmensidad del mar y cielo. El propio dibujo de la cubierta (el refuerzo del perímetro elaborado a través de la hilera de piedra que ejecuta los remates laterales) enmarca el constraste entre el espacio finito definido por la geometría de la cubierta plana y el espacio infinito del lugar con que se enfrenta, ofreciendo al habitante un espacio domesticado de contemplación de la inmensidad. La cubierta se presenta como una escena que invierte los papeles escena-pública y transforma la audiencia -el mar y el cielo- en el verdadero espectáculo.
La pared blanca y curva, el único elemento existente en la cubierta, subraya su aridez y refuerza su llanura. También la pared, ante la inmensidad, disminuye despacio su altura, deshaciéndose a medida que se aleja de la isla y se aproxima al mar. La presencia de esta pared sugiere también que el espacio de la terraza-cubierta vuelve las espaldas a la isla, interesándose sobre todo en plantearse ante el mar Mediterráneo. En el espacio configurado por la cubierta, el habitante es aplastado por el espacio. El habitante de la Villa Malaparte es obligado a reconocer su dimensión (es decir, su pequeñez) ante la cantidad de espacio que confronta. Sin embargo, el habitante de esta cubierta tendrá también, eventualmente, la sensación de poseer el mundo: al dominar visualmente el espacio inmenso, sin avistar otra alma viva, podrá sentirse dueño y señor del territorio.
La escalera de acceso a la casa es estrecha, en su último tramo inicia ya la abertura que seguirá a lo largo del descansillo que une las dos escaleras y la gran escalera que permite el acceso al nivel de la terraza-cubierta. Empezando el descenso, el visitante entrevé el plan de la cubierta que es parcialmente vedado a través de la pared curva que si, por una parte, inhibe la mirada hacia el horizonte, por otro lado anuncia que después de las escaleras existe algo detrás de la pared. La relación de las dos escaleras permite una doble atadura: por un lado, entre el edificio y el recorrido natural, como si la escalera estrecha de acceso al solar funcionase como un ancla de la construcción; y, por otro lado, como si al acompañar la topografía de la montaña y la topografía del edificio las dos escaleras subrayasen esta oposición. El edificio redibuja la topografía de la roca, como si intentase corregir geométricamente la roca, limar sus aristas, como si la introducción de la casa sirviese para domesticar la masa inerte del promontorio. Esta configuración arquitectónica amplía la experiencia de bajar y subir a escarpa a esta casa. La intervención del hombre en este territorio virgen no se quiso contraria al lugar, no lo evitó, no tuvo una voluntad de excesiva transformación; por el contrario, lo alteró significativamente a través de una intervención que denota una especie de espejismo. También por esto María Teresa Muñoz explica: "Como respuesta a ese singular marco natural, cuya belleza deriva de la gradiosidad con que se produce el encuentro entre la tierra, el cielo y el mar, Libera proyecta un edificio que parece seguir las mismas leyes formativas de la naturaleza; la casa aparece como un reflejo geometrizado del perfil de la roca sobre la que se asienta, casi como una formación cristalográfica surgida del propio acantilado como consecuencia de un cataclismo".
En este sentido, la configuración de la Villa Malaparte parece surgir casi de una erupción terrestre, como si la casa resultase de una conmoción entre el suelo sólido y el mar líquido, o la naturaleza transformadora del hombre y la naturaleza original. En este sentido, la casa surgiría como una grieta, herida o huella de ese enfrentamiento. También por esto no deja de ser curioso que la invitación a la contemplación del paisaje surja antes de la posibilidad de identificar el umbral de entrada en la casa. Si la visualización de las escaleras que permiten el acceso al espacio de la cubierta es inevitable, la identificación de la puerta de entrada es una tarea más difícil. Esta se efectúa a través de la fachada sudoeste, es decir, lateralmente en relación a la dirección de llegada. Tanto la puerta como la sucesión de espacios que permiten el acceso al salón contrarían el recorrido escénico descrito hacia la terraza-cubierta. Desde la puerta de entrada, el habitante se introduce en un espacio de dimensiones reducidas donde encuentra una escalera que le permite acceder al nivel superior, donde, a partir de un espacio de configuración semejante, se puede finalmente acceder al gran salón que ocupa una parte significativa del volumen de espacio de la primera planta.
La casa se desarrolla en tres planos distintos. En el nivel de la entrada se ubican las estancias para los huéspedes y en plano del sótano están situadas las habitaciones de servicio. Se concentran en la última planta los espacios que conforman el entorno doméstico específico de Curzio Malaparte. En la casa se reconoce una composición que indica una jerarquía entre los espacios, indicando también un cierto protocolo en el uso de los mismos. En el piso inferior, la organización del espacio traduce un acercamiento más funcional del mismo. En la planta que alberga el área de influencia de Malaparte, se identifica una división en tres zonas: el vestíbulo por el que el habitante accede a esta planta a través de la escalera interior, la segunda zona consiste en el gran salón, que posee una dimensión semejante al conjunto de estancias de carácter privado que ocupan una tercera zona. La progresión de estas tres zonas se hace en el sentido tierra mar, la zona de entrada se ubica más cercana al interior de la isla, mientras las estancias privadas se plantean en su límite y, así, en confrontación con el mar. Si estas tres zonas se reconocen como partes distintas, el hecho es que en su habitar presentan un cierto grado de dependencia ya que son comunicantes entre sí; es decir, desde que se accede a la primera zona identificada no se puede llegar directamente a la tercera sin pasar por la segunda.
El salón es un espacio paralelepípedo que se encuentra, como hemos apuntado ya, en medio del volumen de la planta principal de la casa, entre los espacios asociados a la entrada (al sudeste) y los espacios privados que se ubican hacia la parte noroeste de la casa. En relación con esta estancia, debemos subrayar algunos puntos. Cuatro ventanas de proporciones generosas encuadran el paisaje -el mar delimitado por las rocas vecinas- en las fachadas sudoeste y nordeste. La ubicación de esta casa en un cabo le proporciona el rodeo del mar en tres de sus lados; únicamente la fachada-escalera que recibe a los habitantes a su llegada no se relaciona directamente con el Mediterráneo. Sin embargo, la presencia de la escalera, que permite el acceso a la cubierta, se constituye en una invitación a experimentar la inmensidad del mar, ya que, tras recorrer essta fachada-escalera, el habitante se enfrenta con la inmensidad del Mediterráneo. Asimismo, podremos decir que, aunque de formas distintas, el habitar de esta casa se remite permanentemente hacia el territorio líquido que la envuelve y abraza. Así, las cuatro ventanas-pantalla animan con imágenes del exterior el espacio desnudo y seco del salón, ambiente este transmitido por los materiales que revisten el espacio como por su geometría rígida y elemental. Otro detalle que merece atención es la chimenea ubicada de forma central en la fachada sudoeste. El fondo del lugar destinado al fuego es también una ventana (ya que es, asimismo, revestido de cristal). De esta forma, esta chimenea crea la ilusión de una superposición imposible: la del fuego sobre el agua. En la Villa Malaparte, el mar no apaga el fuego: los dos elementos logran cohabitar.
En el conjunto de espacios de índole privada de la casa, se verifica una composición prácticamente simétrica en la cual constan dos baños completos, dos dormitorios y, en el emplazamiento más expuesto al Mediterráneo y más resguardado de los restantes espacios de la casa, surge la biblioteca de Curzio Malaparte, a la cual únicamente se puede acceder a través de su dormitorio.
En esta planta de la casa, los espacios se van sucediendo de acuerdo con el grado de intimidad implícito en cada uno. En la pared sudeste del salón, existe una puerta centrada que permite el acceso a una antecámara, iluminada a ambos lados por dos ventanas. Este espacio asociado a la ubicación estratégica de los baños surge para crear cierto alejamiento entre salón y dormitorios. Es un espacio de filtro entre dos naturalezas distintas de habitar: una colectiva (y, así, social) y las otras íntimas o incluso individuales.
Este espacio de articulación surge como una especie de caja de aire. Su configuración espacial subraya esta idea de espacio de aislamiento acústico. El pasillo en forma de t permite que entre la pared del salón y las paredes de los espacios privados exista un espacio vacío, que desconecta estructuralmente la zona común de la privada, y disminuye la hipótesis de transferencia acústica de una zona a otra. También en este pasillo se verifica la existencia de dos ventanas en confrontación. Estas ventanas, además de iluminar este espacio de articulación, también permiten la contemplación del paisaje exterior. La existencia de un paisaje tan arrebatador justifica la existencia de un pasillo que no lleva al habitante a ningún lugar (ya que estas ventanas se presentan como "callejones" sin salida), más allá del potente paisaje exterior que invade el interior de esta casa. Por otra parte, la existencia de este pasillo en forma de t con sus dos ventanas, que permiten dos vistas de fuga laterales, refuerza la distinción entre espacio social y espacio íntimo. Esta antecámara, que se conforma como un umbral espeso, funciona como una especie de cámara de descompresión, prepara al habitante al paso de un tipo de habitar a otro. Así, la espesura de este espacio de articulación también refuerza lo que ya hemos sugerido anteriormente: que entre el espacio común -el salón- y los espacios privados hay que traspasar algo más intenso (o distintivo) que la única puerta que es dada a ver al visitante desde el salón.
La composición del conjunto de los espacios privados es simétrica, únicamente los distinguen tres diferencias. La habitación ubicada hacia el nordeste posee una chimenea que obliga a una posición distinta de la puerta de su respectivo baño, mientras la habitación que mira hacia el sudoeste posee una puerta suplementaria que permite al propietario de la casa el acceso a su biblioteca.
Varios autores han hecho la asociación de esta villa con un barco, y de su principal habitante con un comandante. La metáfora parece evidente observando el emplazamiento de la villa. Al mirar la fachada oeste (que encara de frente la infinitud sugerida por el Mediterráneo), no será dificil imaginarnos un barco con el visor de su comandante centrado en la fachada (la ventana de la biblioteca de Malaparte) con su vela (la pared sobre la terraza-cubierta) que, a través de su perfil, recuerda el efecto de la dislocación del aire producida por el movimiento del barco en la tela de la vela.
La imagen del remo sugerida por Hedjuk simboliza la inminencia de la entrada en el mar que se puede leer en esta casa. Como si la casa estuviese siempre a punto para partir y adentrarse en el mar. O, al contrario, la casa como barco encallado en la roca y, así, la casa como resultado del naufragio. La confrontación con el mar y la ubicación en precipicio proporcionan las comparaciones marítimas. Siguiendo en esta línea, Malaparte es también comparado con un timonero, es decir, aquel que dirige el rumbo de la embarcación. No será por casualidad por lo que el espacio a partir del cual el habitante-escritor comandaba a su tripulación era a partir del espacio de escritura. Enfrentándose al mar, y sin moverse del lugar, Malaparte habitaba navegando.
En relación a la biblioteca de Malaparte, se deben tener en cuenta tres datos: el acceso, el emplazamiento (tanto relativo al paisaje como en relación con los restantes espacios domésticos) y, por último, su configuración espacial. Como ya hemos referido, este es un espacio sin duda de habitar individual, la forma como se accede es prueba de este hecho.
La biblioteca es la habitación que se ubica al final del edificio, en la extremidad de la isla, sobre la roca, ante el mar; es la habitación que se confronta a la inmensidad. Es, indudablemente, un espacio de reclusión individual, ya que a él únicamente se accede a partir de uno de los dormitorios. Es el espacio más lejano del exterior. Para el habitante que accede a la Villa, este espacio es el que se encuentra en el extremo opuesto a la entrada de la casa. Solo el visitante que conozca bien la casa sabrá cómo acceder a él.
La biblioteca es un espacio de planta rectangular que ocupa el extremo del edificio y vuelve su espalda a la isla. En las tres fachadas exteriores se verifica la existencia de tres ventanas que están localizadas en el centro de las paredes, todas poseen las mismas dimensiones. La ventana de la biblioteca-estudio que se ubica en la fachada que se opone al Mediterráneo es la única en esa fachada, está centrada y presenta una forma regular. Hasta el nivel de las soleras de las ventanas se observa la existencia de un mueble continuo en madera donde se incorporan zonas de trabajo y estanterías. Los muros interrumpidos por las ventanas son blancos y desprovistos de ornamentación. Las tres ventanas surgen como cuadros centrados en las tres paredes. El dominio visual sobre las tres fachadas exteriores sugiere una voluntad de hacer entrar en esta estancia el recorte de las rocas vecinas y la pérdida del horizonte introducida por la ventana oeste que se enfrenta al Mediterráneo.
Como se refirió anteriormente, solo se puede acceder a la biblioteca-estudio a través del dormitorio de Malaparte; así, esta habitación se puede leer como una especie de habitación secreta, acordando las habitaciones que se ocultan detrás de estanterías o a través de otros dispositivos de camuflaje. Sin embargo, esta es la habitación que domina la inmensidad que envuelve la casa. En ella se entra a través de una puerta ubicada en un canto. Puerta esta que, vista desde el interior del dormitorio, se enfrenta con la puerta del baño. A través de una se accede al espacio del cuidado del cuerpo, de la higiene, al enfrentamiento con la condición animal; a través de la otra, el habitante entra en el espacio dedicado al intelecto, a la lectura, a la escritura, a la confrontación con la inmensidad.
La biblioteca se vuelve hacia el mar inmenso. El mar que se presenta casi como un desierto. La vastedad acuática, tal como el desierto, es navegable y árida. En este sentido, Malaparte encuentra en su biblioteca un espacio ermitaño. Este espacio se puede también constituir como una fuga del mundo, reflejando otra faceta de la personalidad de Malaparte, contraria a la celebración individual que se reconoce en la construcción de esta casa.
Si la casa, en su totalidad, se afirma como un elogio a la personalidad de su habitante, domesticando el territorio salvaje donde se encuentra, como si por primera vez este territorio fuese tocado por esta personalidad y, así, fuera enteramente suyo y a sí dedicado, la biblioteca se presenta como un espacio disonante en este contexto. Es un espacio de difícil y limitado accedo, vuelve su espalda a la casa y se plantea ante la "aridez" del mar salado, se inclina sobre la inmensidad, se constituye en la posibilidad de huida o evasión del mundo que el propio habitante creó para sí mismo. Además de crearse un mundo propio, Malaparte sintió la necesidad de escapar. Este hechicero se precavió contra su propio hechizo construyéndose el espacio individual que es la biblioteca. Si la Villa Malaparte es el lugar último, no se puede ir más allá de ella, ya que se ubica donde la tierra termina: la biblioteca de Malaparte se ubica, precisamente, en el límite de lo posible.
* Este escrito pertenece a La intimidad de la casa. El espacio individual en la arquitectura en el siglo XX (2015) de Ana Sofía Pereira da Silva.
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