Es un hecho conocido que la arquitectura actual de México representa uno de los movimientos más avanzados dentro de la arquitectura del mundo actual. Esto no quiere decir que México tenga los más famosos o más grandes arquitectos de la actualidad; no hay ningún Le Corbusier, ningún Frank Lloyd Wright, ningún Gropius que viva en México; pero por otro lado, será difícil encontrar otra país en el cual el ambiente general sea tan extraordinariamente vivo como en él. Existe un número de arquitectos de gran calidad; de las escuelas de arquitectura, como por ejemplo de la de México o de Guadalajara (estado de Jalisco), salen cada año arquitectos jóvenes magníficamente preparados con conceptos verdaderamente avanzados, dedicados a renovar constantemente la atmósfera artística dentro del campo de la arquitectura. Y sobre todo el público corresponde quizá más que en otras partes a este movimiento renovador. La postura del gobierno mexicano, al lanzarse a construir la ya famosa Ciudad Universitaria de la ciudad de México, con clara tendencia a fomentar las tendencias modernas, encuentra su eco en el deseo de la gran mayoría del pueblo, al cual gusta esta clase de arquitectura, que expresa -a veces, como es natural, con errores o exageraciones, pero generalmente con gran fuerza y dignidad-, la posición más avanzada del hombre mexicano en la actualidad.
Entre los más grandes creadores con los cuales cuenta la arquitectura moderna en este momento, habría que nombrar a hombres como Augusto Álvarez, Max Cetto, Jesús García Collantes, Ignacio Díaz Morales, Vladimir Kaspé, Enrique de la Mora, Enrique del Moral, Juan O'Gorman, Jaime Ortiz Monasterio, Mario Pani, Ricardo de Robina y Guillermo Rossell; al iniciador del movimiento y gran maestro José Villagrán García, o Enrique Yáñez y a muchos otros de los cuales cada uno representa un cáracter propio dentro de la arquitectura moderna mundial. Pero la personalidad más extraña, más original y quizá el más decidido creador de un mundo de expresión y de formas nuevas es, según creemos, el arquitecto Luis Barragán.
Nació en Guadalajara (Jalisco) el año de 1902. Estudió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, construyendo más tarde unas casas en esta misma ciudad, obras que -como las de muchos artistas del siglo XX- adquieren su interés más bien por el análisis posterior, que indica el camino en el cual se forma la personalidad. El Barragán de hoy es un hombre ya formado, que creó un mundo nuevo de muros y jardines, proyectando y realizando una extensa zona residencial en las afueras de la ciudad de México: el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel. Aquí elaboró un nuevo tipo de arquitectura de residencias y jardines que, sin duda, tienen su base artística en el mundo de formas de la arquitectura popular mexicana, pero que -especialmente en los últimos tiempos- demuestra ciertas ligas con la arquitectura árabe de Marruecos y Argel. En medio de un paisaje extraño, de belleza única, encima de un inmenso mar de lava (Pedregal) que se extiende al lado sur de la capital junto a la nueva Ciudad Universitaria, empezó Barragán a realizar su obra hace unos siete años. Siendo Barragán en el fondo un romántico, su proyecto era casi sin límites. Empezó con unos muros, luego con unas calles asfaltadas, con fuentes cuadradas, con casas modelos, con rejas largas que impiden que se esconda el paisaje. Con la construcción de plazas amplias o de llanos grandes de prado liso, con sus muros emocionantemente altos, con colores vivos que sirven de contraste al paisaje abierto, creó un ambiente extraño, único en su manera y, sin duda, extraordinariamente bello. Ningún formalismo de curvas amables, elegantes, existe aquí. Barragán aprovecha la forma barroca de la lava para contrastarla con las líneas rectas abstractas de sus construcciones rectangulares. Desde luego, Barragán no pudo más que crear el ambiente general. Ahora, al crecer, la mayoría de las casas han sido realizadas por otros arquitectos mexicanos y es lógico que ya no exista aquella bella unidad estilística que había al principio, cuando Barragán con unos colaboradores elegidos vigiló cada detalle de esta inmensa obra. Todavía esta obra está lejos de estar terminada. Faltan muchas cosas; por ejemplo, la iglesia, el acabamiento de unas plazas y varios otros detalles. Pero está la base, ya no es fácilmente posible que se pierda aquel sello característico que reina en el conjunto.
Se ha criticado a veces el abuso del color o la manera escenográfica con la cual está comprendido este conjunto de rocas, árboles, muros, bloques de casas, verjas, plazas y calles. Pero nadie ha podido negar la gran sensibilidad de Luis Barragán al distribuir arquitectónicamente los elementos vegetales y constructivos. Formas decorativas, grandes y generosas, como por ejemplo una torre de agua o un gran anillo, pintado de rojo, que ayuda al tráfico en el centro de una plaza, prueban que Barragán no es solamente arquitecto, sino al mismo tiempo un gran escultor abstracto, y como tal, intenta dar a su obra expresiones generalmente inesperadas en la arquitectura. El hecho de que Barragán conciba sus obras también escultóricamente, se muestra al verle trabajar; por ejemplo, al componer una plaza en una mesa, juega con bloques y cubos de madera, moviéndolos fácilmente de un lado a otro, como lo haría un Mondrian del espacio. Quizá por eso resulta que sus formas son casi siempre gruesas y pesadas. Nada tienen que ver con aquella arquitectura de cristal, que parece estar frágilmente suspendida sobre el suelo. El estilo de Barragán es opuesto al de los arquitectos modernos en general y a pesar de eso no puede negar nadie, que se trata de una obra de un sentido verdaderamente moderno.
Durante el curso de su trabajo, Barragán se alejó cada vez de algunas reminiscencias que anteriormente ligaban su obra con la arquitectura de los conventos y haciendas antiguas mejicanas. Cada vez más simplificó y purificó su obra para llegar a volúmenes y vacíos claros y decididos. A pesar de que la arquitectura moderna internacional, como la de la gran mayoría de los arquitectos mexicanos, indudablemente está ejerciendo una cierta influencia en muchos de ellos.
Desde luego, como el hombre, también la obra queda aislada, pero es de gran importancia por tratarse de una obra sumamente personal que expresa, quizá más claramente que cualquier otra obra de la arquitectura contemporánea, sentimientos humanos, como la melancolía, la soledad, las angustias y también las alegrías del hombre moderno.
*El articulo escrito en 1955 bajo el seudonimo de María Lukin fue extraido del libro El ECO de Mathias Goeritz (2015) y formó parte de la revista Ver y Estimar, núm 4 de Buenos Aires
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