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La monarquía cílindrica de Guimard - Salvador Dalí

 Salvador Dalí, en 1929, en París, fue el único en defender y admirar la ornamentación profética de Guimard contra la falta total de erotismo de Le Corbusier y otros débiles mentales de nuestra más que deplorable arquitectura moderna. Los modernos se burlarán del grande y glorioso movimiento erótico conocido hasta entonces como modern style o modernismo, rebautizándolo irónicamente como "estilo tallarín", sin considerar que esta apelación aceleraría su apoteosis, pues Dalí no sólo escribió que la estética debe ser comestible y, en su estilo blando, pintó los célebres relojes blandos, sino que utilizó en su obra espaguetis superflexibles, como harían más adelante, en el período Pop, Robert Rauschemberg y Claes Oldenburg.

 Ante el ignominioso concepto de Le Corbusier, "una casa es una máquina de habitar", Dalí propone lo contrario con sus "casas para erótomanos", hechas no para que se habite en ellas, sino para que se viva, e incluso, con el permiso del señor Le Corbusier, para que se sueñe y hasta para estar en ellas arrebatadamente.

 De este período data mi torre en forma de falo, que expuse aantes de tener conocimiento del Bordello-project de Ledoux, que nunca llegó a ser realizado a causa del triunfo de la burguesía, llevada al poder por la Revolución francesa. Ese proyecto para un burdel, llamado en la época "casa de placer", fue establecido por Claude Nicolas Ledoux, arquitecto de Luis XVI y creador de la primera casa completamente esférica, completamente monárquica, después de que Luca Pacioli, con la ayuda de Leonardo y de Piero della Francesca, explicó al gran aristócrata, el duque de Urbino, que la esfera era el símbolo de la monarquía, ya que contiene y regula de manera absoluta los cinco poliedros regulares -entre los que se cuentan el tetraedro, el cubo, el dodecaedro- conocidos como los cinco cuerpos platónicos.

 Pero si Ledoux fue el monárquico que profetizó las cúpulas del genial Buckminster Fuller en América y las de Emilio Pérez Piñero en España hoy, Guimard fue quien predijo y realizó la ornamentación que recubrirá las estructuras monárquicas de los Fuller y los Piñero de mañana, bajo la forma de inminentes circuitos impresos que constituyen ya todo el arte decorativo de los gradiosos "estilos tallarin", que, en la mayoría de los casos, permanecen ocultos al público y a los estetas contemporáneos, que siempre llegan tarde.

 Los circuitos impresos existen ya, lo repito, en la oscuridad del cerebro electrónico; uno solo de ellos vale por todas las mentes de los críticos de arte moderno reunidas, con la gloriosa excepción de la mía, que valee por todas las demás y más aún.

 Pero, evidentemente, el lector no debe de estar todavía convencido de que yo sea tan inteligente como proclamo cada vez que tengo la ocasión; y es por esto que, para acabar de una vez con esta explicación demostrándole al mismo tiempo que lo que estoy declarando es cierto... le diré y le demostraré que Guimard es el arquitecto de la ornamentación futurista del día de mañana, porque ésta es la más monárquica y la más libidinosa de todas.

 Prueba: Su estética está regida por los anaformismos cilíndricos, y el cilindro es engendrado por la esfera. En el interior del universo es engendrado por la esfera. En el interior del universo de un cilindro transparente que les pido que tomen con la mano izquierda, dejen caer un cepillo de dientes de la misma longitud, que les pido que suelten con la mano derecha. Observarán el principio helicoidal que precede la doble espiral del ácido desoxirribonucleico de Crick y Watson. Ahora, en vez de cepillo de dientes, dejen caer espaguetis hervidos, y verán nacer -siempre bajo los auspicios de la monarquía de la esfera, que se alza y vuelve a caer en el cilindro- todo el sublime estilo tallarín de Guimard; y ahora escúchenme, porque lo más bello es lo que viene ahora: ¡la ornamentación de Guimard no es más que la anamorfosis cilíndrica de las simetrías hereditarias!

 He aquí, para terminar, un cráneo que se convierte en una de las divinas bocas de Metro de París, por cuya gracia se puede descender a la región del subconsciente de las vivas estéticas monárquicas de mañana.

*Publicado en Arts Magazine, vol.44, n.5. Nueva York, marzo de 1970.


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