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"Unité d'Habitation Marseille" - Le Corbusier

 Tenemos que reducir la naturaleza a la escala humana. Los medios para ello ya existen: la "unidad a medida". Al ver los planos para su reconstrucción, que incluían la magnitud a medida, las ciudades de Saint Dié en los Vosgos y La Rochelle-Pallice, sobre la costa atlántica, los rechazaron de plano con burla y enojo. En esto prácticamente concordaban todos, tanto la alta burguesía como la baja clase media, los pequeños propietarios y hasta los socialistas y comunistas. El bloque de Marsella tenía la magnitud a medida. En ello residía su gran calidad. Cada empresa tiene su escala propia. Está mal equivocarse tanto en un sentido como en otro.

 Si cavamos más profundo hasta llegar al corazón de nuestro problema, encontramos la célula primitiva de la sociedad, la familia, y en el corazón de esta célula encontramos el fuego, es decir el lugar en el cual realizamos nuestras comidas. Ya desde antaño esta palabra tiene un significado de unidad, y la gente ha hablado por ejemplo de una aldea de veinte hornallas. Hoy se habla de horno y de hogar. Pero el horno es el hogar. El bloque de Marsella comenzó con la noción de horno y hogar, 337 hornos, 337 departamentos. Todo lo demás es una consecuencia natural.

 Durante siglos la raza blanca había construido sus ciudades en forma de calles. Era una cuestión de necesidad militar. Puertas de entrada abiertas a la calle. Las calles crecen bien que mal, desordenadamente, en todas direcciones. Los edificios están construidos con silueta arbitraria y con cualquier material, lo que hace que se olvide su forma primitiva. Mientras estas condiciones subsistan, dentro de la construcción será imposible utilizar procedimientos en serie. El mal está en que, en la era de máquina, la arquitectura quedó atrás.

 En contraposición con esto, la cabaña del aborigen es algo completamente real. Es un producto de su medio, y como tipo es sincera. Así es la tienda del nómada. Y el avión que sobrevuela el desierto puede jactarse de su parentesco. Al igual que el avión, la cabaña del aborigen y la tienda del nómada no están modeladas con arbitrariedad. Son viviendas del hombre que se doblegan al gobierno de una cierta ley.

 Cuando introdujimos un concepto completamente nuevo en la teoría de la vivienda, dimos un paso considerable, el departamento fue considerado como cosa en sí. Él es un recipiente. Contiene la familia. Una cosa en sí, con realidad propia, elementos de juicio propios y exigencias propias. Es una botella. Una botella puede contener champagne o vino común. La botella de que hablamos contiene indistintamente una familia. Ésta puede ser rica o pobre, pero siempre serán seres humanos.

 Así, entonces, tiene que ser diseñado -el departamento- con el mismo respeto riguroso de las reglas cual si se tratara de una máquina, un avión, un automóvil, o cualquier otro producto de la civilización moderna. Consta de muchas partes que, aunque realizadas en forma individual, unidas forman un organismo. Con la ayuda técnica que está a nuestra disposición, es posible describir miles de caminos, pero todos conducen a lo mismo: la utilización de la máquina, el método científico y la producción en masa... Ya que tenemos nuestra botella, es decir, el departamento, podríamos dejarla caer bajo un manzano, en Normandía, o bajo un pino en las montañas del Jura.

 Pero del mismo modo podríamos incrustarla en un palomar; es decir, en el espacio intermedio de una estructura de acero sobre el quinto o decimoséptimo piso. A la cosa en sí o a la forma como la realizamos no le hace diferencia alguna. La podemos colocar en cualquier lugar de lo que convendremos en llamar esqueleto portador. O más simplemente: un cajón para botellas de vino. Simplemente guardamos las botellas en un cajón. No nos asustemos ante la expresión: la botella y el cajón resume bastante bien lo que nosotros intentamos... Este principio de la botella y el cajón abre enormes nuevas perspectivas. De ahora en adelante cada edificio se transforma en un laboratorio. Un laboratorio técnico, un laboratorio social, un laboratorio biológico... Necesitamos técnicos que estén preparados para su trabajo. Técnicos que estén preparados para su trabajo. Técnicos de las especies más diversas, arquitectos, ingenieros, especialistas en materiales sintéticos e instalación de interiores, eugenéticos y sociólogos. Tienen que tomar en cuenta cada pie cuadrado, desde la cocina hasta la metrópoli planificada. Pues cada detalle repercute nuevamente sobre todos los demás. El bloque de Marsella prevé veintiséis servicios públicos que liberan al ama de casa del trajín casero, de manera que pueda dedicar todo su tiempo y energías a la educación de los niños. Las mujeres se sienten ubicadas allí donde pueden realizar esta tarea. El oficio del arquitecto frente a las mujeres, en todo lo que respecta a la casa, debería ser bien abierto.

 Observemos ahora el grupo familiar. Si la familia ha de funcionar como grupo ello significa que a ciertas horas del día se reúne en un lugar que en todo sentido satisface sus necesidades. Éste es la sala familiar (living room). La familia debe comer. Para comer debe cocinar. No se crea que éstas son trivialidades... El fuego, el horno, el espacio vital, la cocina, todos ellos penden del mismo pensamiento. El grupo familiar también pende de él. Los elementos individuales de la casa están justamente dispersos, cuando tendrían que estar reunidos en las funciones primitivas de la vida del hogar, es decir, en la comida de la familia. Nunca podremos hacer resaltar suficientemente la solemnidad de este momento que, las más de las veces, o no es tomado en cuenta o simplemente no es valorado. Se ofrece una fructífera oportunidad y, más aún, una imperiosa necesidad, para que toda la familia, padre, madre e hijos, se reúnan en íntima armonía. Si la habitación brinda la noción de la libertad personal, entonces el living room crea la noción de la vida familiar. Con esto arribamos justo a nuestro punto principal. El espacio vital. Y con esto volvemos a la antiquísima tradición de la cultura y de todas las culturas.

  *Este escrito, publicado originalmente en 1953, fue extraido del libro Entre vidrio y hormigón de Eberhard Schulz.



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